Mañana es el último encierro de las Fiestas de Estella. Este año sólo he estado en dos de ellos. Es una de las cosas que más me gusta de las fiestas. Implica pegarse un madrugón en unos días en los que el cuerpo pide dormir más, o aguantar el trasnoche hasta el amanecer, concretamente hasta las ocho que es la hora del caldo. Yo me inclino más por la primera opción que una ya no tiene el cuerpo para la segunda.
Un encierro dura unos cuatro minutos. Si la manada va junta, son segundos lo que tarda en pasar por el sitio en el que normalmerte llevas más de un cuato de hora subiendo a la barrera, bajando, volviendo a subir, que la verdad es que es un pelín incómoda y además tiene unas astillas que tienden a clavarse con una facilidad pasmosa, y para eso te pegas el madrugón, y para pasar fresquete, que las mañanas por allí son frías. Pero me encanta verlos, y escucharlos. El encierro tiene un sonido carácterístico, una secuencia que sigue siempre el mismo ritual: Un cohete, que hace que los echaos p´alante que luego no lo son tanto, salten a refugiarse detrás de la barrera, luego el murmullo de la gente y los silvidos que van creciendo en intensidad hasta que en cuestión de segundos se escuchan los cencerros y todo pasa demasiado deprisa. Los murmullos se van alejando y los cencerros también. A los pocos minutos de nuevo un cohete indica que la primera vaca ha llegado a la plaza, y otro más informa de que la última ya se ha recogido. En ese momento se puede salir de detrás de la barrera y meterse en el recorrido con toda la tranquilidad del mundo. Hora de ir a desayunar. Nos lo hemos ganado.Es lo que tienen los encierros, que desgastan mucho.
Subiendo a la barrera
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