Cada cosa a su tiempo

Hoy he abierto una galletita del Facebook y me ha dicho que me voy a casar a los 78 años...¡Bueno, bueno...!, la cosa va mucho más rápido de lo que yo sospechaba. Según mis cálculos, la cosa, de este modo, se adelanta unos doce años.

Yo pensaba que quizás, alrededor de los cincuenta, él me invitaría a tomar un cafecillo con alguna excusa, sin que parezca que tiene interés por mí, algo muy bien preparado, para que a mí ni se me pueda ocurrir que le caigo medio bien o algo más....ese cafecillo sería en un sitio muy concurrido, por supuesto, nada de intimidades. Para mí un café. Para él una infusión, que no es momento de perder los papeles....y ahí quedaría la cosa, hasta dentro de otros diez años aproximadamente, ya rondando los sesenta. En ese momento, él igual ya se atrevía a mantener una conversación en un lugar menos concurrido, y se podría cambiar el café por una cena, pero en un sitio con mesas grandes, nada de esas mesitas en las que dos dos platos están pegaditos, no, mejor de un metro de ancho, que corra el aire. Después de la cenita (en el caso más optimista, que igual se queda en comida), cada mochuelo a su olivo.

Habiendo alcanzado ese grado de intimidad, igual ya hasta hablamos por teléfono una vez al año, o así, a ver que tal va la vida, los achaques de la edad y esas cosas, hasta que al llegar a los ochenta, él ya no aguante más y me diga que le apetece ir a echar pan a los patos y que si le quiero acompañar. Yo le acompañaría, claro, llevaría toda la vida esperando ese instante. No podría hacer otra cosa. Y después de muchas tardes echando pan a los patos, ya cerca de los noventa, igual ya podemos hablar de algún tipo de compromiso emocional un poco más fuerte.

Pero todo sin precicitarse, muy bien pensado y a su debido tiempo.