Hace unos días quedé a comer con un amigo y terminamos metiéndonos entre pecho y espalda un bocata de calamares, en El Calamar Bravo, claro. ¡Qué cosa más buena!. Años hacía que no me tomaba uno. Fué darle el primer bocado y se abrió el archivo histórico de un montón de cosas: Las colas eternas del local de la calle Moneva; La barra en la que había más camareros que calamares por metro cuadrado, todos muy organizados, muy profesionales, perfectamente coordinados; La escalinata de la calle San Clemente en plan "anfiteatro del calamar", con toda la chavalería disfrutando de la cena igual que si estuvieran en El Cachirulo; Los botes de la famosísima salsa picante tamaño tambor de detergente de cinco kilos...
El día que vea la luz al final del tunel y vea pasar la película de mi vida en cuestión de segundos, seguro que una centésima de alguno de esos segundos lo ocupa el bocata de calamares de El Calamar Bravo.
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