
Cuando algo se está cociendo en mi cabeza me resulta muy dificil tomar distancia y escribir sobre algo que no sea eso, y ahora mismo no es que se esté cociendo algo, es que tengo los cuatro fogones encendidos y están en el punto de ebullición. Hirviendo las ideas, los proyectos, las posibilidades. No me canso de darle vueltas. Bueno, sí me canso, a veces me agoto porque me parece que no voy a ver la luz, pero en realidad sé lo que tengo que hacer, sé lo que es importante y lo que hace que me brillen los ojos. En realidad creo que nunca he tenido las cosas tan claras y a pesar de eso le sigo dando vueltas.
¿Dónde están mis frenos? Pues básicamente en el mismo sitio que siempre, en mí. Y lo que he aprendido es que no quiero dejar pasar trenes, porque sé que me voy a arrepentir siempre de no haberlos tomado. Siento que tengo que hacer algo, y no se muy bien cómo, por dónde empezar y hasta cuando hay que luchar...En las pelis se lucha hasta el final. Braveheart hasta que le cortan la cabeza en Londres, Máximo, alias Gladiator, hasta que muere y descansa tranquilo el pobre, después de todo lo que pasa...Pero a mí me gustaría conservar la cabeza en su sitio. Es lo que tiene la vida real, que a veces, cuando te arriesgas, algo se te puede ir de las manos. Se corren riesgos. Claro, que sin esos riesgos, tampoco tendría gracia tener que elegir, o decidir si actuar o no, si quedarte quieto viendo los trenes pasar o subirte al que crees que es el tuyo.
Yo se cuál es el mío. Sin dudas. ¿Qué gano si me subo? ¿Y qué pierdo?. Porque lo que no contemplo es la opción de no subirme. Sólo espero el momento adecuado. Y que no se me haga tarde.
Mientras, las ideas se siguen guisando a fuego lento, crecen, se expanden y se desarrollan casi de manera independiente por mi cerebro como doscientos niños de preescolar en el patio de un colegio. Me cuesta domarlas y que se pongan en fila para poder contarlas, para ver cuántas son.
Al final, no son tantas, pero cunden mucho y la actividad que despliegan es tan grande que me agotan. Necesito pensar en otras cosas, o no pensar en nada.
Ayer, después de pasar dos dias muy intensos en Madrid, que dieron mucho de sí, casi hasta demasiado, tuve que esperar dos horas en la estación y me compré un libro. Buscaba algo de ficción, ligerito de leer y terminé, otra vez, llevándome uno sobre la gestión del cambio. Y van chorrocientos. Antes de subir al tren casi lo había terminado, así que entre los dos días intensos, más el libro "revolucionario", más mis ideas peregrinas, cuando me senté en el vagón seis del AVE ya tenía claro todos los pasos que iba a dar nada más llegar a Zaragoza, esa noche, los días sucesivos y el resto de mi vida...menos mal que me puse el hilo musical y me encontré con un aria de Madamme Butterfly, de Puccini, que me envolvió, me calmó y me hizo volver a ser una mujer tranquila y equilibrada...por un rato, hasta que terminó el viaje y me quité los auriculares.
Me apetece volver a escribir un cuento o un relato, pero ahora no tengo sitio para ellos. Sólamente la música tiene permiso para ocupar parte de mis pensamientos y bloquearlos por un tiempo. Vivimos tiempos de revueltas internas. Es un tema de imponer una fuerza frente a otra.Corazón frente a razón . Ese gran clásico. Cada una tirando con fuerza para su lado, y yo enmedio, de Casco azul de la ONU, intentando un acuerdo, un tratado de paz que deje a las dos partes contentas y que a mí me deje disfrutar un poquito de eso que tanto deseo. Sin daños colaterales.